domingo, 28 de julio de 2013

LAS CINCO BOLAS


En un discurso a los graduados en una universidad, hace varios años, el ex CEO de Coca Cola, Brian Dyson, habló sobre la relación entre el trabajo y otros compromisos.
-Imaginen la idea como un juego en el que ustedes hacen malabarismos con cinco bolas que arrojan al aire.

-Son : EL TRABAJO, LA FAMILIA ,LA SALUD, LOS AMIGOS Y EL ESPÍRITU.

Pronto se darán cuenta de que EL TRABAJO es una bola de goma. Si se cae, rebota. Pero las otras cuatro bolas: FAMILIA, SALUD, AMIGOS y ESPÍRITU son de vidrio. Si dejan caer una de esas, van a quedar irrevocablemente dañadas, rayadas, rajadas o rotas. Nunca volverán a ser las mismas.

-Compréndalo y busquen el equilibrio en la vida. ¿Cómo...?

-No disminuyan su propio valor comparándose con otros. Es porque somos todos diferentes que cada uno de nosotros es especial.

-No fijen sus objetivos en razón de lo que otros consideran importante. Solo ustedes están en condiciones de elegir lo que es mejor para ustedes.

-No den por supuesto las cosas más queridas por su corazón. Apéguense a ellas como a la vida misma, porque sin ellas la vida carece de sentido.

-No dejen que la vida se les escurra entre los dedos por vivir en el pasado o para el futuro. Si viven un día a la vez, vivirán TODOS los días de su vida.

-No abandonen cuando son capaces de un esfuerzo más. Nada termina hasta que uno deja de intentar.

-No teman admitir que no son perfectos. Ese es el frágil hilo que nos mantiene unidos.

-No teman enfrentar riesgos. Es corriendo riesgos que aprendemos a ser valientes.

-No excluyan de su vida el amor diciendo que no se le puede encontrar.

-La mejor forma de recibir amor es darlo; la forma más rápida de quedarse sin amor es aferrarlo demasiado; y la mejor forma de mantener el amor es darle alas.

-No corran tanto por la vida, que lleguen a olvidar no sólo donde han estado sino también a donde van.

-No olviden que la mayor necesidad emocional de una persona es la de sentirse apreciado.

-No teman aprender. El conocimiento es liviano, es un tesoro que se lleva fácilmente.

-No usen imprudentemente el tiempo o las palabras. No se pueden recuperar.

-La vida no es una carrera, sino un viaje que debe ser disfrutado a cada paso.


El Ayer es historia, el Mañana un misterio y el Hoy es un regalo:
por eso se lo llama "el presente".

CIELO E INFIERNO




Un hombre, su caballo y su perro caminaban por una calle.
Después de mucho caminar, el hombre se dio cuenta de que los tres habían muerto en un accidente.

(A veces los muertos toman tiempo para darse cuenta de su nueva condición).

La caminata era muy larga, montaña arriba, el sol era fuerte y ellos estaban transpirados y con mucha sed. Necesitaban desesperadamente agua.

En una curva del camino vieron una puerta magnifica, toda de mármol, que conducía a una plaza con piso de oro, en el centro de la cual había una fuente de donde salía agua cristalina.

El caminante se dirigió al hombre que vigilaba la entrada:

- "Buen día", - le dijo.
- "Buen día", - respondió el hombre.
- "¿Qué lugar es éste, tan lindo?" – preguntó.
- "Esto de aquí es el Cielo" - fue la respuesta.
- "¡Qué bueno que nosotros llegamos al cielo, estamos con mucha sed!" - dijo el hombre.

- "Usted puede entrar y beber agua a voluntad" - dijo el guardia, indicándole la fuente.

- "Mi caballo y mi cachorro también tienen sed."

- "Lo lamento mucho" - dijo el guardia -"Aquí no se permite la entrada de animales."

El hombre quedó muy desilusionado porque su sed era grande, pero él no bebería dejando a sus amigos con sed, así que prosiguió su camino.

Después de mucho caminar montaña arriba, con sed y cansancio, llegaron a un sitio cuya entrada era marcada por una puerta vieja semiabierta.

La puerta se abrió para un camino de tierra con árboles de los dos lados que le hacían sombra.

A la sombra de uno de los árboles, un hombre estaba acostado con la cabeza cubierta con un sombrero, parecía que estaba dormido.

- "Buen día" - dice el caminante.

- "Buen día" - responde el hombre.

- "Estamos con mucha sed, mi caballo, mi cachorro y yo."

- "Hay una fuente en aquellas piedras" - dice el hombre indicando el lugar.
- "Pueden beber a voluntad."

El hombre, el caballo y el cachorro fueron hasta la fuente y apagaron su sed.

- "Muchas gracias" – dijo el hombre al salir.
- "Vuelvan cuando quieran" - respondió el otro hombre.
- "A propósito" - dijo el caminante -"¿Cuál es el nombre de este lugar?"
- "Cielo" - respondió el hombre a secas.
- "¿Cielo?... Pero si el hombre que estaba a la entrada de la puerta de mármol me dijo que allá era el cielo..."

- "Aquello no es el Cielo, aquello es el infierno..."

El caminante quedó perplejo.

- "Pero entonces, esa información falsa debe causar grandes confusiones!"
 - comentó el caminante.

- "De ninguna manera, la verdad es que ellos nos hacen un gran favor"

- respondió el hombre

"Porque allá quedan aquellos que son capaces de abandonar a sus mejores amigos..."

miércoles, 24 de julio de 2013

LAS MANOS DE DIOS



Cuando observo el campo sin arar, cuando los aperos de labranza están olvidados, cuando la tierra está quebrada,  me pregunto...
¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando observo la injusticia, la corrupción, el que explota al débil; cuando veo al prepotente pedante enriquecerse del ignorante y del pobre, del obrero y del campesino carente de recursos para defender sus derechos, me pregunto...
¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando contemplo a esta anciana olvidada; cuando su mirada es nostalgia y balbucea todavía algunas palabras de amor por el hijo que la abandonó, me pregunto:

¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando veo al moribundo en su agonía llena de dolor; cuando observo a su pareja y a sus hijos deseando no verle sufrir; cuando el sufrimiento es intolerable y su lecho se convierte en un grito de súplica de paz, me pregunto:
¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando miro a ese joven antes fuerte y decidido, ahora embrutecido por la droga y el alcohol, cuando veo titubeante lo que antes era una inteligencia brillante y ahora harapos sin rumbo ni destino, me pregunto... ¿Dónde estarán las manos de Dios?

Después de un largo silencio, escuché su voz que me reclamó: “No te das cuenta que tú eres mis manos, atrévete a usarlas para lo que fueron hechas, para dar amor y alcanzar estrellas”.

Y comprendí que las manos de Dios somos "TU y YO", los que tenemos la voluntad, el conocimiento y el coraje para luchar por un mundo más humano y justo, aquellos cuyos ideales sean tan altos que no puedan dejar de acudir a la llamada del destino, aquellos que desafiando el dolor, la crítica y la blasfemia se reten a sí mismos para ser las manos de Dios.

El mundo necesita esas manos, llenas de ideales y estrellas, cuya obra magna sea contribuir día a día, a forjar una nueva civilización, que busquen valores superiores, que compartan generosamente lo que Dios nos ha dado y puedan al final llegar vacías, porque entregaron todo el amor, para lo que fueron creadas.

Y Dios seguramente dirá: ¡ESAS SON MIS MANOS!

EL ALACRÁN



Un maestro oriental que vio cómo un alacrán se estaba ahogando, decidió sacarlo del agua, pero cuando lo hizo, el alacrán lo picó.

Por la reacción al dolor, el maestro lo soltó, y el animal cayó al agua y de nuevo estaba ahogándose. El maestro intentó sacarlo otra vez, y otra vez el alacrán lo picó.

Alguien que había observado todo, se acercó al maestro y le dijo:
"Perdone, ¡pero usted es terco! ¿No entiende que cada vez que intente sacarlo del agua lo picará?".

El maestro respondió:
"La naturaleza del alacrán es picar, y eso no va a cambiar la mía, que es ayudar".

Y entonces, ayudándose de una hoja, el maestro sacó al animalito del agua y le salvó la vida.

No cambies tu naturaleza si alguien te hace daño; mejor toma precauciones.


Algunos persiguen la felicidad; otros la crean.

miércoles, 17 de julio de 2013

EL PESCADOR Y EL EMPRESARIO


Erase una vez un empresario que se encuentra con un humilde pescador descansando en su envejecida barca y le dice:
- ¿Por qué descansas? Si siguieras trabajando ganarías más, y ahorrarías dinero.
- ¿Y para qué quiero más dinero?
- Con más dinero podrías arreglar la barca. Así podrías pescar más y ganar más. Luego podrías comprarte una barca mejor, con lo que volverías a ganar más.
- ¿y luego?
- Luego podrías comprarte otro barco más grande. Y así hasta que después de muchos años ganarías lo suficiente para tener tu propia flota y serías rico.
- ¿Y una vez que tuviera la flota y fuera rico, qué haría?
- Pues podrías descansar, jugar con tu hijos, vivir en una cabaña en el campo y disfrutar tranquilamente de un atardecer.
- Pues eso es justo lo que estoy haciendo ahora.

¡No hay que tomar esta reflexión del modo equivocado sino para aprender a disfrutar el momento, este momento que es el que nos pertenece; luchando siempre pero jamás desperdiciando el hoy por estar pensando en nuestro futuro, hagamos nuestros sueños realidad y no pesadillas!

EL CÍRCULO DEL NOVENTA Y NUEVE




Había una vez un rey muy triste, y tenía un sirviente que como todo sirviente de rey triste, era muy feliz.

Todas las mañanas llegaba a traer el desayuno y despertaba al rey cantando y tarareando alegres canciones de juglares. Una sonrisa se dibujaba en su distendida cara y su actitud para con la vida era siempre serena y alegre.

Un día el rey lo mandó a llamar.
-Paje..., le dijo- ¿Cuál es el secreto?
-¿Qué secreto, Majestad?
-¿Cuál es el secreto de tu alegría?
-No hay ningún secreto, Alteza...
-¡No me mientas, paje! ¡He mandado a cortar cabezas por ofensas menores que una mentira!
-No le miento, Alteza, no guardo ningún secreto.
-¿Por qué estás siempre alegre y feliz? ¿eh...? ¿Por qué...?
-Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra permitiéndome atenderlo.  -Tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que la Corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados, y además su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos algunos gustos. ¿Cómo no estar feliz?
-¡Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar! - Dijo el rey... -¡Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado!
-Pero Majestad, no hay secreto. Nada me gustaría más que complacerlo,  pero no hay nada que yo este ocultando...
-¡Vete, vete antes de que llame al verdugo!

El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación.
El rey estaba como loco... No conseguía explicarse como el paje estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos.

Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación de la mañana.

-¿Por qué él es feliz?

-Ah..., Majestad, lo que sucede es que él está fuera del círculo.
-¿Fuera del círculo?

-Así es.
-¿Y eso es lo que lo hace feliz?
-No Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.
-A ver si entiendo, estar en el círculo te hace infeliz...
-Así es.
-¿Y cómo salió?

-Nunca entró...
-¿Qué círculo es ese?
-El círculo del 99.
-Verdaderamente, no te entiendo nada.
-La única manera para que entendieras, sería mostrártelo en los hechos.
-¿Cómo?
-Haciendo entrar a tu paje en el círculo.
-¡Eso, eso...! ¡Obliguémoslo a entrar!
-No es tan fácil, Alteza. -Nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo.
-Entonces habrá que engañarlo...
-No hace falta, Su Majestad. Si le damos la oportunidad, el entrará solito, solito...

-¿Pero él no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?
-Sí, se dará cuenta.
-¡Entonces no entrará!
-No lo podrá evitar...
-¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo circulo, y de todos modos entrará en él y no podrá salir?
-Tal cual. Majestad. ¿Estás dispuesto a perder un excelente sirviente para poder entender la  estructura del círculo?
-¡Sí!  

-Bien, esta noche te pasaré a buscar. Debes tener preparada una bolsa de cuero con 99 monedas de oro... ¡Ni una más ni una menos...,99!
-¿Qué más? ¿Llevo los guardias, por si acaso...?
-No es necesario, nada más que la bolsa de cuero, Majestad, -Hasta la noche.
-Hasta la noche.
Y así fue. Esa noche, el sabio pasó a buscar al rey y ambos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a la casa del paje. Allí esperaron el alba.  

Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela, el hombre sabio tomó la bolsa y le pinchó un papel que decía:  

“Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre, disfrútalo y no cuentes a nadie cómo lo encontraste”.  

Luego ató la bolsa con el papel en la puerta del sirviente, golpeó y volvió a esconderse.  

Cuando el paje salió, el sabio y el rey espiaban desde atrás de unas matas lo que sucedía.  

El sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa... y al escuchar el sonido metálico se estremeció, aferró la bolsa contra su pecho, miró hacia todos lados de la puerta, y volvió a entrar a su casa.

Entonces, se arrimaron a la ventana para ver la escena.

El sirviente había tirado todo lo que había sobre la mesa y dejado solo la vela. Se había sentado y había vaciado el contenido sobre ella.

Sus ojos no podían creer lo que veían... ¡Era una montaña de monedas de oro!  

Él, que nunca había tocado una de estas monedas, tenía hoy una montaña de ellas a su disposición.  

El paje las tocaba y amontonaba, las acariciaba y hacía brillar la luz de la vela sobre ellas.  

Las juntaba y desparramaba, después hacía y deshacía pilas de monedas.
Así, jugando y jugando, comenzó a hacer pilas de 10 monedas.
Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco, seis.... y mientras, sumaba: 10, 20, 30, 40, 50, 60.... Hasta que formó la última pila:
¡¡¡99 monedas...!!!  

Su mirada recorrió primero la mesa, buscando una moneda más. Luego el piso y finalmente la bolsa.  

"No puede ser", pensó. Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era más baja.  

-¡¡Me robaron -gritó- ¡¡Me robaron, malditos!!  

Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas...  

Vació sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba.
Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había 99 monedas de oro. "Sólo 99...".  

"99 monedas. Es mucho dinero", pensó.  

Pero me falta una moneda...  

Noventa y nueve no es un número completo -pensaba- Cien es un número completo, pero noventa y nueve, no...

El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del paje ya no era la misma, estaba con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, sus ojos se habían vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus, por el que se asomaban los dientes.

El sirviente guardó las monedas en la bolsa y mirando para todos lados para ver si alguien de la casa lo veía, escondió la bolsa entre la leña.  

Luego tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos.  

¿Cuánto tiempo tendría qué ahorrar el sirviente para comprar su moneda número cien...?  

Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta.

Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla...
Después, quizás no necesitaría trabajar más...
Con cien monedas de oro, un hombre puede dejar de trabajar...
Con cien monedas de oro un hombre es rico...
Con cien monedas se puede vivir tranquilo...  
Sacó el cálculo. Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en once o doce años juntaría lo necesario.
"Doce años es mucho tiempo", pensó.
Quizás pudiera pedirle a su esposa que buscara trabajo en el pueblo por un tiempo. (Y él  mismo, después de todo, terminaba su tarea en palacio a las cinco de la tarde, podría trabajar hasta la noche y recibir alguna paga extra por ello...).
Volvió a sacar las cuentas: sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa, en siete años reuniría el dinero.
¡¡¡Era demasiado tiempo...!!!  

Quizás pudiera llevar al pueblo lo que quedaba de comidas todas las noches y venderlo por unas monedas. De hecho, cuanto menos comieran, más comida habría para  vender...  

Vender...
Vender....  
Estaba haciendo calor... ¿Para qué tanta ropa de invierno?
¿Para qué más de un par de zapatos?
Era un sacrificio, pero en cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda cien.  

El rey y el sabio volvieron al palacio.
El paje había entrado en el círculo del 99...
Durante los siguientes meses, el sirviente siguió sus planes tal como se le ocurrieron aquella noche.
Una mañana, el paje entró a la alcoba real golpeando las puertas, refunfuñando  y con cara de pocas pulgas.
-¿Qué te pasa?- Preguntó el rey de buen modo.
-¡Nada me pasa..., nada me pasa...!
-Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.
-¡Hago mi trabajo! ¿Verdad? ¿Qué otra cosa querría su Alteza..., que fuera su bufón y su juglar también?  
No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente.
No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor...

Vos y yo, y todos nosotros, hemos sido educados en esta estúpida ideología: “Siempre nos falta algo para estar completos, y solo completos se puede gozar de lo que se tiene”.
Por lo tanto (nos enseñaron), la felicidad deberá esperar a completar lo que falta...

Y como siempre nos falta algo, la idea retoma el comienzo y nunca se puede gozar de la vida.

Pero... ¿Qué pasaría si la iluminación llegara a nuestras vidas y nos diéramos cuenta, así, de golpe, que nuestras 99 monedas son el cien por cien del tesoro, que no nos falta nada?

Que nadie se quedó con lo nuestro, que nada tiene de más redondo “cien” que “noventa y nueve”, que todo es sólo una trampa, una zanahoria puesta frente a nosotros para que seamos estúpidos, para que jalemos del carro, cansados, malhumorados, infelices o resignados.

Una trampa para que nunca dejemos de empujar y que todo siga igual...
¡Eternamente igual...!


¡Cuántas cosas cambiarían..., si pudiéramos disfrutar de  nuestros tesoros tal como están...!

DESDE MI BARCA



No pretendo ser perfecto, pero sí quisiera ser un viejo que no saque de quicio a todo el mundo, que no exaspere a los demás.

No aspiro a ser un santo, pero sí una anciano que no se crea infalible, ni viva de quejas y temores.

No pretendo cambiar a estas alturas mis patrones de vida, pero sí convertir los años en espíritu y que fluya la dulzura; convertir las canas en acierto y que fluya el consejo; convertir las arrugas en sonrisas y reflejar lo que llevo dentro.

Abrir paso a la precipitación de los demás, para que me perciban lo menos posible y no llegue a ser un estorbo.

No interferir en el camino de la juventud siempre con una censura y un repudio. 

Admitir los atenuantes que tienen para ser así y comprender que los buenos de ahora son quizás mejores que los de antes, porque transitan por mayores peligros y enfrentan peores tentaciones.

No es  posible hacer juventud con la vejez, pero sí aminorar mi alteración, mi irritabilidad, mi depresión, mi desasosiego y mi inevitable deterioro.

No quisiera brillar en el mundo, pero sí quisiera desde mi sillón de soledad, dar alguna claridad.

No quisiera estar martillando sobre mi experiencia, porque sería inútil.  A cada uno le gusta vivirla y descubrirla por sí mismo.

Ni pretendo llevar a nadie de la mano: cada cual quiere caminar solo su propio destino.

Pero sí deseo ser un faro en silencio que no apague su luz. Ser una barca en retirada llena de palomas, de historia, de relatos, de recuerdos que hablen, de miradas que descubran, de hechos que hagan pensar…

No desperdiciar la vejez.  No mirar los años con miedo, dándoles a estos últimos un profundo sentido, porque son el espacio final para movernos y el momento irrepetible para la realización completa.

No hacer de la vejez un lastre y una insignificancia, sino una sombra que fue luz, un árbol que fue fruto y un camino que fue huella.


¡No vivir en la oscuridad como algo inservible, sino pararme delante de una estrella para morir iluminado!