Un hombre susurró:
Dios, habla conmigo.
Y un ruiseñor comenzó
a cantar...
Pero el hombre no
oyó.
¡Entonces el hombre
repitió:
Dios, habla conmigo!
Y el eco de un
trueno, se oyó...
Mas el hombre fue
incapaz de oír.
El hombre miró en
derredor y dijo:
¡Dios, déjame verte!
Y una estrella brilló
en el cielo...
Pero el hombre no la
vio.
El hombre comenzó a
gritar:
¡Dios, muéstrame un
milagro!
Y un niño nació...
Mas el hombre no
sintió el latir de la vida.
Entonces el hombre
comenzó
a llorar y a
desesperarse:
¡Dios, tócame y
déjame saber
que estás aquí
conmigo...!
Y una mariposa se
posó
suavemente en su
hombro...
El hombre espantó la
mariposa con la mano y,
desilusionado,
continuó su camino,
triste, sólo y con
miedo.
¿Hasta cuándo tenemos que sufrir para comprender que Dios está siempre donde está la vida?
¿Hasta cuándo
mantendremos nuestros ojos y nuestros corazones cerrados para los milagros de
la vida que se presentan diariamente en todo momento?
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